Un refugio privilegiado entre encinas, mar y alma. Simplemente mágico. La cabaña de Luis no es solo un alojamiento, es una experiencia profunda, un regreso a lo esencial. Está enclavada en un bosque de encinas que según nos contó ha plantado y cuidado durante 30 años. El resultado un rincón que respira paz, historia y armonía con la naturaleza.Viajamos en pareja y con nuestro perro. Desde el primer momento sientes que entras en otro mundo: frente a la cabaña hay un riachuelo con pequeños saltos de agua que hipnotizan, a solo cinco minutos a pie, una playa paradisiaca de postal.Luis, el anfitrión, es de los que aún entienden el arte de recibir. Siempre atento y con una sonrisa, nos hizo sentir como en casa: nos invitó a pescado al horno, prestó kayaks para la marisma y respetó nuestra intimidad y desconexión.Disfrutar la hoguera bajo el cielo estrellado junto a la cabaña, con troncos a modo de asientos, es una experiencia que toca el alma, y en la que el tiempo se detiene.La cabaña es un sueño: acogedora, impecablemente limpia, cálida y llena de detalles. Dormir allí, relaja, es hacerlo envuelto por la calma del bosque. Por la mañana, desayunamos en el Choco a pocos metros de la cabaña. Otro rincón mágico y perfecto por si te apetece cocinar al aire libre junto al riachuelo.En resumen: este lugar no se describe, se vive.Gracias, Luis, por compartir tu pequeño paraíso y por recordarnos que aún existen rincones donde la naturaleza y la humanidad se dan la mano